Dilo y tal vez lo recuerden, Escribelo y si lo olvidan volverán a leerte.

Dilo y tal vez lo recuerden, Escribelo y si lo olvidan volverán a leerte.

lunes, 15 de abril de 2013

Sanar


Sanar

̶ Escuché mi paso tranquilo al ritmo del crujir de las hojas del periódico dominical, mientras de entre mis manos rasposas y llenas, como Saturno, de lunas y lunares manchas parduzcas decoloradas tanto en matices sepia, cobrizos y grisáceos, con el mismo tono del ejemplar noticioso, le di vuelta a la primera página.

Llegó una chica de cabello corto y negro como matizado de cobrizo. Comenzó a darle de comer a las palomas con una hogaza de pan de caja. Volteó súbitamente, como espantada, al momento que jadeé y tosí ásperamente. Ella abrió sus ojos cafés grandotes, grandotes… y me sonrió.
Me ruboricé y volví mi mirada hacia el periódico. Continué mi habitual lectura con la sección de esquelas y proseguí con las quejas. ¡Claro! con la respectiva mentada de madres, bien justificada, cuando llegué a la sección de política del Reforma.

̶ ¡Qué desmadre con estos tiempos!

 Refunfuñé, cuando detuve mi lectura por la calle al mismo tiempo que descansé mi cuerpo en una banquita frente la Fuente de Cibeles entre Oaxaca, Durango y Medellín.

–Puras carencias, muertes, porros, hambre... ¡puro desmadre!- reafirmé y siguí con la queja. -Yo no sé, ¿qué más malo puede haber que la soledad? todo tiene solución… ¡todo, menos la muerte! Pero estos jóvenes modernos no lo quieren ver…
Hice un silencio. La chica de cabello corto y negro siguió ahí sentada junto a mí, escuchando.

̶ ¡Qué lástima!- dije entre un suspiro - Creo que hasta se quieren morir más pronto con su mota, churros, mona; ¡Mona! ¿Qué tarugadas son esas?
Son idiotizantes. La juventud se ha perdido, dormida entre sus chingadas amapolas y los pobres quedaron muertos en sus campos de peyote.

A mis 70 años, con mis cienes platinadas y ojos cansados, con mis culpas y reproches, y sin nadie a quien dejar un legado. Aunque sea una pizca de lo que  aprendí de la vida, me hubiera gustado tener a alguien. Instantes después decidí seguir con mi soliloquio. Me aislé del pitido de los Datsun y los Renault, las ambulancias, patrullas, los gritos de los transeúntes, para rumiar sus penas.

̶ ¡Que fregados! Ya pasaron tantos años, pareciera que fue ayer cuando tuve 9 años y yo atrás de mi papá- una risa se asomó entre mis comisuras- Ahí estaba yo: chingue y chingue que me enseñara a forjar el hierro para las piezas de la locomotora.

Mi padre fue pailero durante la Revolución, encargado de fabricar las piezas de precisión para las máquinas de transporte.

̶ ¡Ese mi papá! …como me gustaría abrazarlo de nuevo -pausó y se llevó la mano a la frente llena de relieves -¡No, pero si era bien cabroncito! Le pegaba a mi mamá. ¿Para que me acuerdo de esto?

En fin allá en Durango, en las montañas del norte, todo era diferente; eran otros tiempos. Pues así era en 1924, cuando disque me enrolé a las fuerzas revolucionarias. Todavía era yo un niño. Me apodaban “El General” por lo güerito. Lo bueno que se acabó todo a las dos semanas de mi inscripción a las tropas. Porque de lo contrario tantas batallas me hubieran matado más…hubiera quedado tan herido, tanto por fuera como por dentro.

̶ A todos mis hermanos, los diez, los vi morir. ¡Yo soy el más chingón!
Y fanfarroneé  cuando moví mis bigotes de brocha gorda de izquierda a derecha al alzar sus cejas con aire taimado.

̶ Seguí caminando, aún con todos estos años encima, ¡pero sigo!
            Mencioné orgulloso, al momento que concluí mi sentencia. Se elevó mi voz aguardentosa con brío, y espanté a una niñita que caminaba por la acera con un globo multicolor, igual que sus trenzas. La pobre perdió su globo.

Recobré el aliento después de mi declaración de supervivencia y volví al discurso quejoso.
̶ Son tantas las historias hechas fantasmas, que se mueven burlonas entre las cortinas roídas y parchadas; así como las que están en los Multifamiliares Juárez. El viento y la tierra se llevaron todo, me lo quitó todo: la tierra y el viento, sólo me dejaron eso: el tiempo. Este tiempo que se me dio, al que la vida y mis deseos me condujeron…me condenaron.

Recuerdo cuando fui el “corre ve y dile” del Maestro Francisco Montoya, ¡ese canijo!- dije con una mueca de añoranza- Creo que debí haberle hecho llegar mis comentarios sobre sus murales. Debió haberle puesto más corazón de México y no tanto mugre agachón y sin temple, entre las paredes y sus pinceladas. Debió haberle puesto más huicholes, tarahumaras o coras. Gente con los tamaños suficientes, para mostrar fuerza. Así chaparritos y todo: rebeldes y leales, así eran los verdaderos mexicanos… – y corrigió al instante- ¡Así somos! Ya decía yo que no era cuestión de matices dorados; al mural le faltaba bronce: color de nuestra raza.

̶ Pues sí, aprendí orfebrería.- dije echándome porras.

Aprendí más que nada para hacerle justicia a lo que me enseñó mi papá. En la escuela de oficios, cuando con Cárdenas hubo progreso en el Estado y el País, en materia de educación, le saqué provecho para hacerle unos zarcillos a mi novia… pero al final Gloria me dejó por el mediquillo del pueblo. ¡Esa desdichada…mala mujer!- una lagrima corrió vertiginosa entre mis belfos con  arrugas. Pero Eva me cuidó.

Pasé media hora en llanto ahogado luego de dos horas de reclamos a la vida y tomé el periódico de nuevo, y con voz más calmada reflexioné-¡Bueno ¿ya qué más queda?! Ahora pura chamaquita embarazada; de esas  que van y botan a sus bebés en cualquier lado. Mocosos con sus drogas y nada de escuela…ya ni si quiera la que da la vida. Religiones y credos que no tienen fe. Quieren reformas y justicia y no hay ni siquiera orden en sus cabezas. Están todos descarriados…
Me levanté de la banquita y emprendí de nuevo el viaje.

 -Ahora con esto del terremoto…apenas estamos saliendo adelante. Sólo ha pasado un mes. Todavía la muerte nos ronda. El tiempo, es nuestro verdugo.

Se dice que el tiempo lo cura todo; pero a veces no vivimos bastante para hacer esa prueba. Me falta sanar aún.

La chica de cabello corto y negro se quedó en la banquita. Se quedó inmortalizada en mi recuerdo de igual manera.

Tomé mi periódico, mi vejez, mi tiempo y partí a buscar de los gallos el alimento.


Rosario del Carmen Flores Vallejo

Paloma de Marsella

"The only universal constant is: The Constant search for Truth” 



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